Dos
veces lo dice San Juan en su carta primera: "Dios es amor"
(4,8.16). No se ha dicho cosa más alta de Dios. Ni del amor. Además
el amor ancla al hombre en Dios: "Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (4,16).
De qué
amor habla San Juan? Uno responderá que trata del amor purísimo a Dios, y
citará: "Amemos a Dios, pues él nos amó primero" (4.19). Pero se le
refutará con otra cita: "Si uno dice que ama a Dios y no ama al prójimo,
es un mentiroso" (4,20).
¿De qué
amor al prójimo se habla aquí? Alguien pensará que se trata de un amor
espiritual o espiritual izado, victorioso de la atracción y deseo corporal. Y
esto no es cierto. O bien de un amor superpersonal y generalizante, una especie
de amor a la humanidad sin tropezar con personas concretas. Y esto no es cierto.
Pensemos
en el paradigma del amor, el amor de marido y mujer.
En el
misterioso descubrimiento del otro, a quien darse sin perderse, realizando la
plenitud en la unión. El extraño salir de sí, éxtasis, para encontrarse en
otro. La fuerza creadora, el poder fecundo, el momento eterno. El ansia y el
gozo y la victoria sobre el temor: "En el amor no cabe el temor, pues el
amor perfecto expulsa el temor" (1 Jn 4,18).
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