Los
amantes en el éxtasis del amor parecen ocupar y llenar todo el libro, como
protagonistas únicos, como único protagonista. Es verdad que la canción evoca
otras figuras: pastores y centinelas, escolta, espectadores de la danza. Pero
llega el momento de la soledad, de "expulsar las raposas", del
conjuro a las muchachas; el momento del sueño del amor "hasta que él
quiera".
Se
podría pensar que el amor se agota en sí mismo, se justifica así, niega lo demás.
Pero adviene un relámpago que evoca las dos oscuridades, el Abismo y la Muerte.
Y en el relámpago la gran revelación: "llamarada divina" .
El amor
es grande, es invencible, porque es fuego que viene de Dios, y viene de Dios
porque "Dios es amor". El Cantar bíblico canta un amor intenso,
único, exclusivo de un hombre y una mujer: "una sola es mi paloma",
"mi viña es sólo para mí". Si ese amor, sin perder intensidad,
pudiera abarcar y abrazar a todos los hombres, ese amor sería la más alta
"encarnación" del amor de Dios, de Dios amor. Así lo entiende Pablo
en Ef 5,32.
¿Quién
se atreve a describir el gozo del cielo, la unión plena y definitiva con Dios?
Y no sería tan difícil: el cielo es amor; y por eso el amor es cielo. "La
alegría que encuentra el marido con su esposa la encontrará Dios contigo"
Is 62,5.
El amor
de este libro todavía tiene resquicios de temor y dolor: raposas que destrozan,
sorpresas nocturnas, llamar en vano, buscar sin encontrar, la fascinación
inerme ... Todavía no es perfecto. Pero precisamente en su límite nos descubre
un amor sin límite, sin sombra ni recuerdo de temor, la plenitud de amar a Dios
y a todo en él.
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